San Miguel es uno de los siete arcángeles y aparece en
la Biblia, al igual que Gabriel y Rafael. La Santa Iglesia da a San Miguel el
más alto lugar entre los arcángeles y le llama "Príncipe de la Milicia
Celestial". Miguel quiere decir: ¿Quién como Dios?. Es decir: ¿quién es
tan grande, tan amable y justo como Dios?. Conociendo el significado de su
nombre tal vez nos preguntemos: ¿quién es San Miguel?, ¿de qué o de quién nos
protege?, ¿cuál es su misión?
San Miguel es nuestro protector y para cumplir la
misión de protector es necesaria, además de del poder, otra cualidad: la
bondad. Su bondad, es tan grande como su poder. Bajo sus órdenes, todos los
ángeles trabajan por la protección de los hombres. Ahora cabría preguntarnos:
¿nosotros nos empeñamos tanto como ellos en nuestra propia salvación?
En San Miguel encontramos el modelo de todas las
virtudes.
Se nos enseña en la tradición que San Miguel preside el culto de adoración que se rinde al Altísimo y ofrece a Dios las oraciones de los fieles simbolizadas por el incienso que se eleva ante el altar. La liturgia nos presenta a San Miguel como el que lleva el incienso y está de pie ante el altar como nuestro intercesor y el portador de las oraciones de la Iglesia ante el Trono de Dios. También hay que notar las apariciones marianas que han incluido manifestaciones de San Miguel, su relación con la Eucaristía, y a la adoración debida a Jesús Eucarístico y a la Santísima Trinidad.
Si en tiempo de tentación, tenemos el coraje de
reprender al maligno y clamar la asistencia de San Miguel, el príncipe de la
milicia celestial, el enemigo por seguro saldría huyendo. Si deseamos tener su
protección, debemos imitar sus virtudes, especialmente su humildad y su celo
por la gloria de Dios.
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